Oscar Arias enfrentó un momento incómodo y se descompensó

Dic 10, 2022 | Noticias

Redacción l redaccion@laesquina506.com

Exclusiva l El pasado 8 de diciembre, en el Salón de Expresidentes de la Asamblea Legislativa, durante un acto conmemorativo del 35 aniversario del Premio Nobel de la Paz para el expresidente Oscar Arias Sánchez, el homenajeado no pudo terminar la jornada porque, tras un momento incómodo, sufrió una descompensación.

Tal parece que el agobio de tanta gente saludándolo en el salón y algún diferendo que pudo haber tenido con su esposa Suzanne Fischel, le provocaron un disgusto al exmandatario, quien se vio obligado a abandonar la recepción que le habían preparado.

Oscar Arias, fiel a sus dotes intelectuales y a su gran condición de orador, escribió un brillante discurso en el que narraba las razones que lo hicieron acreedor al Premio Nobel de la Paz en 1987, que recibió por haber gestado el Plan de Paz del istmo en la década de 1980.

En la ceremonia, organizada por el Movimiento Cooperativo, Arias dijo que “Centroamérica le ganó a la muerte, y eso es algo que no podemos dejar de recordar y de celebrar… no existe ninguna buena razón para la guerra, ese ‘monstruo que pisa fuerte’, dijo, evocando las palabras de León Gieco.

Todo iba muy bien. Don Oscar, de 82 años, leía con elocuencia el discurso que seguramente revisó varias veces para que quedara impecable, como es usual en todos sus artículos y discursos, pero en eso… pasó lo que pasó: se apartó del guión y algo se salió de aquel contexto de paz y armonía.

“Me voy a separar un minuto del texto. Me encontraba con mi esposa Margarita (Penón), mis hijos y mis sobrinos, en una casa que me había prestado, allá en la playa de Ballena, mi primo Edgar Sánchez, porque celebrábamos el cumpleaños, el 11 de octubre, de Margarita. Al día siguiente, desde las cuatro de la mañana nos tocaban la puerta de la habitación y, posiblemente, por exceso de wiski yo no me podía levantar (risas del público), pero lo cierto es que le dije a Margarita: no sé quién es ese impertinente que a las cuatro de la mañana nos quiere levantar… y así siguieron tocando, hasta que como a las cinco y media, finalmente logré hablar con Mariangel Solera, mi asistente, y después con Rodrigo mi hermano, y me dijeron que en efecto había sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz”.

Su discurso acabó pidiéndole a Dios fe para “continuar creyendo en el insondable pozo del alma humana; persuasión, para convencer a quienes creen erróneamente que todo conflicto debe solucionarse mediante las armas; y fortaleza, para no bajar los brazos, para no perder el aliento, para nunca arriar las velas en la larga travesía que nos permitirá construir un mundo a la altura de nuestros sueños”.

Después del aplauso cerrado y generoso, vinieron los abrazos, las fotos, los saludos, las entrevistas y lo de siempre. Entonces algunos invitados se pasaron al salón contiguo donde servirían algunos vinos y unos canapés.

Don Oscar, quien casi en todo momento usó mascarilla protectora, venía caminando pausadamente con su esposa Suzanne Fischel, pero, de pronto, ella adelantó el paso, y él se quedó atrás atendiendo las peticiones de los invitados, interesados en saludarlo y felicitarlo.

Al llegar Suzanne a la sala contigua, la vieron con una copa de vino tinto, que seguro lo necesitaba para relajarse un poco. Al parecer, cuando llegó su esposo, intercambiaron algunas palabras, saludaron a más gente, pero, transcurridos unos minutos, invitados cercanos al exmandatario lo escoltaron para que pudiera abandonar el lugar porque, según dijeron, se había descompensado. Algunos se aventuraron a decir que lo que sufrió don Oscar fue un ataque de pánico. Acto seguido, finalizó la celebración, el brindis quedó a medias, los bocadillos se enfriaron, el vino se calentó y, calabaza, calabaza, todo el mundo para su casa.