A estas alturas del COVID-19 tuve una agradable experiencia, casi celestial, a la par de Maribel Guardia, quien vino cinco días —del 5 al 10 de enero—, para darle una vuelta a su querida madre Mima Chacón, a su hermano Álvaro, a sus sobrinos, primos y demás familiares. Maribel siempre sorprende y agrada con su presencia, con su elocuencia y con el brillo de sus ojos. Ella se maneja con discreción, no busca llamar la atención, hace lo que quiere y disfruta como a ella le gusta. Tiene luz propia y un brillo natural. Eso sí, cualquier cosa que haga o deje de hacer y que trascienda en las redes o en los medios, se convierte en noticia positiva y simpática, como la anécdota de la ausencia de leche condensada en un Churchill que le sirvieron en una soda, a la que acudió para quitarse el antojo del famoso granizado con sirope, leche condensada y en polvo. No hay duda de que tiene ángel que lleva por dondequiera que va. Vino a ver a su mamá, pero también visitó a su amiga Maureen Ballestero, quien estuvo delicada de salud; por eso, cuando le dijeron, se fue a visitar a su querida compañera del colegio Anastasio Alfaro. El jueves 7 de enero participó en un almuerzo en su honor en el restaurante Estación Atocha Don Bosco, junto al alcalde de la ciudad Johnny Araya, el director del Festival de la Luz, Jorge Arturo Villalobos, el abogado Raymundo Macís y este servidor de ustedes y admirador confeso de Maribel. Puedo presumir de aquel encuentro, fue una gran experiencia, un lujo poder compartir con esta gran mujer que vino de Venus y que tiene un pacto con Dios todopoderoso para mantenerse bella, siempre bella; para tener y derrochar ese encanto natural; para compartir su talento y su arte con todos. Ella tiene magia, belleza y grandeza de espíritu, sin duda alguna.