En La Sabana hay una cruz de olvido

Mar 11, 2024 | Noticias

Rogelio Benavides l Periodista l  benapresa@hotmailcom

Salgo a caminar por la cintura verde de San José. Camino por La Sabana, un lugar realmente bonito y agradable, pero lamentablemente descuidado y arruinado. Pobre La Sabana, tan bonita para qué. Está desgarbada, arrasada, despelucada.

Camino el martes 27 de febrero, cerca de las 9 de la mañana. El sol requema, pero un aire fresco sopla del norte. Camino sin preocupación, detrás de unas deterioradas instalaciones ubicadas frente a las canchas de tenis y de volibol de playa; en eso un carro pasa a mi lado a una velocidad de ruta 27. Más allá veo autobuses de turismo y de colegiales haciendo tiempo cual si fuera un estacionamiento público: hay grandes buses en las calles destinadas a los sabaneros y pido permiso para pasar.

Pienso mucho en La Sabana, bonito lugar, lleno de árboles autóctonos —ahora sí— y con amplias zonas verdes —momentáneamente quemadas por el verano—. De verdad que este parque metropolitano está bien diseñado y es sitio ideal para el deporte, la recreación o sencillamente para descansar a la sombra de un poró o de un roble sabana.

Sigo caminando y veo unos servicios sanitarios: hay nuevos y viejos. Por hacer la uno, la dos, la tres o las tres juntas cobran ¢300, con derecho a unas hojitas de papel sanitario. En las plazas más grandes hay unos nuevos y bonitos edificios construidos por el ICODER, parecen restaurantes, pero son más bien para descomer.

Más abajo, apabullada por el estadio chino, está La Cruz de la Sabana —inaugurada en 1955 en el Segundo Congreso Eucarístico—, que hoy es la cruz de olvido. Se ve bien, pero chorreada, deteriorada, marcada por grafitis y en la parte superior de sus brazos ya le brotaron canas. Al pie de la cruz están Dimas y Gestas, en su ingesta de quién sabe qué sustancias.

Más adelante me topo con los dos únicos itabos sin florecer, nada que ver, porque eso es para comer.

Llego al lago aciago. No es de agua, es de tierra, como si fuera una isla de agua. No ha habido manera de que el ICODER consiga cómo arreglar la bomba, para que los peces y los patos vuelvan a nadar; tan bonito que se veía el lago cuando era lago, ahora en esa depresión no hay nada, parece más bien un cráter lunar y como no se sabe qué es lo que realmente hay, nadie se mete, todos lo bordean. Si no hay agua para el lago, deberían sembrar más árboles o convertirlo en un auditorio.

Alrededor del cráter hay unos postes para luminarias que no iluminan. En la alcantarillas no corre agua, pero se desborda la basura; hay lámparas sin luz y cables sin lámparas, aquí nadie sabe para qué o para quién trabaja porque los cables no llevan electricidad, las bombillas no alumbran y el agua está cortada.

Al norte de la terrosa laguna me encuentro con un sitio digno de olvidar. En medio de unos bambúes han acondicionado un sitio que tiene una entrada y un espacio casi circular rodeado de bambú. Desde afuera se notan desechos, restos de papel periódico, bolsas plásticas, harapos y otros trapos, sin faltar el olor a materia fecal.

En ese mismo sector lacustre quedan los restos de algunas de las esculturas colocadas con motivo del Festival Internacional de las Artes (FIA) en 1998. Llamó mi atención Balance, de Franklin Zúñiga, llena de grafitis y muy abandonada cual llave del olvido. También están los güilas del Arco Iris, de Leda Astorga, y los huesos de la Ballena, del grupo Targuá, que ya no va llena. Igual pasa con las demás obras del conjunto escultórico arruinadas por el tiempo y el olvido, como es también el caso de Elevación, de José Sancho, creada en 1976 pero sembrada en los 80; las alas herrumbradas y quebradas no le permitirán elevarse nunca más, salvo que la metan un tiempo en cuidados intensivos.

Llamaron mi atención unas casetas muy a la moda pintadas de barbie chillante, pero con diseño Picapiedra; muy pintorescas y llamativas, pero grotescas.

Me gusta mucho La Sabana. Es un sitio amplio y con muchas posibilidades para mejorar y seguir ofreciendo sus valiosos servicios a la comunidad. Sigo mi camino por las aceras y los trillos, hay ardillas, pero no grillos. También hay carretillos allá entre la pista de patinaje y mi quería María del Milagro París —que se encuentra en obras—, esperando el fin de semana o para vender granizados, con leche condensada o el polvo, o las dos; hay uno muy deteriorado, pero el de leche pinito, se ve bonito. También vi vendedores de pipas, esperando atender a las sedientas tripas.

Mención aparte para una caseta que tiene un rótulo con el logo que una vez fue Coca Cola; qué vergüenza con esta marca, si supiera, patrás cayera.

Vi tres patrullas de la Fuerza Pública en su lugar y algunos carros sospechosos, como sedientos de sexo o de amor, da igual. Pensé ¿cómo será este sitio en la noche?, pero a esas horas, mejor no entrar.

Tras caminar por la cintura sabanera, me dirigí al puente peatonal sobre la 27, para regresar al sur, pero cuando pasé por la acera, desde la puerta trasera lateral de un carro del OIJ, disfrazado de civil —cual CSI—, me tomaron fotos con una cámara de verdad, con teleobjetivo, espero que, por el acercamiento con ojo de pez, no haya quedado más tele gordo. Creo que no me andaban tras de mí, porque fácilmente me hubieran alcanzado. En fin, me sentí cuidado, pero no vigilado.

Ya de regreso, sobre el peatonal, casi tropiezo con una pieza serpenteada y pestilente que, a la sombra de la noche, alguien depositó sigiloso pero nervioso, por cagar a esa altura y con premura.