IA y docencia: un nuevo lenguaje en la educación superior

IA y docencia: un nuevo lenguaje en la educación superior

Por: Juan Pablo Cardozo, Director General Regional de la Universidad del Istmo y la Universidad San Marcos.

La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en la educación superior no es un fenómeno pasajero ni una moda tecnológica: es la apertura de un nuevo lenguaje académico. Así como en su momento la alfabetización digital transformó la manera en que los estudiantes investigaban, se comunicaban y producían conocimiento, hoy la IA redefine la relación entre docentes, estudiantes y el saber mismo. Resistirse a este cambio equivale a enseñar química ignorando la tabla periódica: es posible, pero profundamente limitado.

Las universidades están llamadas a leer este momento con pensamiento crítico, no con miedo, la IA no sustituye la esencia de la docencia, más bien, expone sus debilidades y amplifica sus oportunidades. En un entorno donde los estudiantes ya utilizan herramientas inteligentes para escribir, analizar datos, resolver problemas o simular escenarios, la pregunta no es si deben usar IA, sino cómo hacerlo de forma ética, creativa y rigurosa.

La docencia no puede permanecer como una narrativa vertical, basada exclusivamente en la transmisión de contenidos. La IA obliga a replantear el rol del profesorado: de ser la única fuente de información a convertirse en arquitectos de experiencias, mediadores del pensamiento y curadores de conocimiento. El docente que incorpora IA en su práctica está enseñando un lenguaje nuevo, uno que combina pensamiento humano, tecnología y criterio académico.

Pero este nuevo lenguaje también exige responsabilidad, no basta con pedir a los estudiantes que “no usen IA para hacer trampas”. La discusión va más allá, se trata de formar profesionales capaces de dialogar con sistemas inteligentes, de evaluar fuentes, detectar sesgos, cuestionar resultados y aportar el juicio crítico que ningún modelo automático puede replicar. La IA no reduce la necesidad de pensamiento humano, la hace más urgente.

Asimismo, las instituciones tienen el reto de crear políticas claras que orienten su uso, sin caer en prohibiciones que desconectan la educación de la realidad contemporánea; en lugar de castigar la herramienta, se debe enseñar a emplearla para investigación, innovación, análisis y desarrollo de soluciones. Las universidades que abracen la IA de manera estratégica serán las que formen a los profesionales más competentes y preparados para los desafíos del futuro.

En definitiva, la IA no es el fin de la docencia tradicional, sino su evolución natural, enseñar con IA significa reconocer que la educación superior se mueve hacia un modelo más dinámico, donde la colaboración entre humanos y tecnología impulsa la creatividad, la productividad y la comprensión profunda. 

La pregunta para el mundo académico es simple: ¿queremos ser espectadores o protagonistas de esta transformación? Porque, nos guste o no, la IA ya habla el idioma del presente, es hora de que la educación superior lo aprenda también.

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