
En cada elección se vuelve más evidente que la victoria no depende únicamente de las propuestas escritas en un plan de gobierno. El factor decisivo es la percepción que la sociedad tiene del candidato: quién es, qué representa y cómo se comunica.
La marca personal de un político se convierte, por tanto, en un activo estratégico capaz de atraer votos o alejar electores.
A continuación, se presentan los principales elementos que moldean e impactan esa marca, a partir de mi experiencia en el desarrollo de políticos, articulaciones estratégicas y construcción de marcas personales.
1. Coherencia entre el discurso y la práctica
En política, la coherencia es la línea que separa a quien es visto como confiable de quien es percibido como oportunista.
Las redes sociales y los medios digitales ampliaron la capacidad de fiscalización del votante, que rápidamente expone contradicciones, aunque también puede caer en polarizaciones sin verificar la veracidad de los hechos.
Un político que predica ética pero se asocia con escándalos debilita su reputación. Sin coherencia, toda narrativa se vacía. La marca personal solo se sostiene cuando las promesas se traducen en hechos, algo cada vez más escaso en este ámbito. Lo que debería ser una premisa para ingresar en la vida pública hoy se ha transformado en un diferencial competitivo.

2. Comunicación auténtica y multicanal
No se trata solo de hablar bien, sino de comunicar con claridad, autenticidad y coherencia en cada canal.
El votante espera una presencia activa y consistente en televisión, radio, redes sociales y eventos presenciales.
La Generación Z y los Millennials son especialmente sensibles a los discursos artificiales. Buscan políticos que muestren vulnerabilidad, que admitan errores y que hablen con franqueza. Hoy, la comunicación no es una actuación ensayada: es autenticidad traducida en diferentes lenguajes.
Sin embargo, la autenticidad no debe confundirse con ingenuidad. En un entorno político marcado por rumores, rivalidades y disputas de poder, la comunicación y las actitudes deben moldearse según los contextos y los múltiples intereses en juego.
3. Reputación digital y gestión de crisis
El Dr. Ricardo Dalbosco, especialista en comunicación multigeneracional, compara el entorno digital con un campo de batalla: cualquier error puede hacerse viral en minutos.
La marca personal de un político no se construye solo durante la campaña, sino en la rutina diaria: lo que publica, comenta e incluso cómo interactúa.
La gestión de crisis se convierte en un verdadero diferencial.
Los políticos que intentan ocultar errores pierden credibilidad, mientras que aquellos que asumen responsabilidad y responden con rapidez demuestran liderazgo y madurez.
Como afirma Dalbosco:
“La autoridad de un político no nace de la ausencia de errores, sino de su capacidad de enfrentarlos con claridad y coherencia. Quien se omite en momentos de crisis no solo pierde votos, sino también relevancia. Posicionarse es renunciar, y ese es el mayor desafío para quienes prefieren quedarse en la ambigüedad.”
4. Imagen, postura y lenguaje no verbal
En política, la forma comunica tanto como el contenido. La vestimenta, el tono de voz, la mirada, la postura frente a las cámaras y hasta la manera de saludar generan percepciones inconscientes que moldean la marca personal.
Gran parte de la interpretación del votante sobre la confiabilidad de un candidato proviene de la comunicación no verbal.
Un líder inseguro que evita el contacto visual transmite fragilidad; en cambio, aquel que proyecta firmeza y cercanía inspira confianza.
5. Alineamiento con causas sociales
El votante contemporáneo busca representatividad. Los políticos que ignoran temas relacionados con la diversidad, la sostenibilidad o la equidad pierden conexión con públicos estratégicos, especialmente los más jóvenes.
No basta con mencionar causas en los discursos: se debe demostrar compromiso real, apoyando proyectos, defendiendo minorías y participando activamente en debates relevantes.
La marca personal de quien se conecta con estas agendas ya sea a favor o en contra gana densidad, mientras que la de quien permanece distante suena obsoleta.
Un estudio de Gallup y la Walton Family Foundation, titulado “Gen Z Voices: Lackluster Trust In Major U.S. Institutions”, muestra que los miembros de la Generación Z en Estados Unidos (de 12 a 26 años) expresan bajos niveles de confianza en las instituciones políticas y sociales.
Si la confianza en las instituciones se erosiona, el compromiso formal votar, participar en partidos o ejercer cargos públicos tiende a disminuir, especialmente cuando existe sobrecarga emocional y frustración sistémica.
Más que propuestas, las personas votan confianza
En las elecciones, el ciudadano no vota solo por las propuestas: vota por quien considera confiable, coherente y representativo. De hecho, gran parte de los votantes tendría dificultad para enumerar los objetivos concretos de su candidato. Como resume Ricardo Dalbosco:
“El votante elige primero a la persona y luego al proyecto y eso, cuando sabe cuál es. La marca personal es la puerta que permite que el discurso sea escuchado y el elector convencido.”
Y esta reflexión también aplica al mundo corporativo: la política existe dentro de las empresas, en los consejos de administración, en asociaciones, equipos deportivos e incluso en comunidades religiosas.
Actuar con ingenuidad solo limita la conciencia estratégica y reduce la capacidad de tomar decisiones inteligentes para atraer mejores oportunidades, invitaciones y negocios.